Por Joaquín Terrazas
Nadie sabe lo que no sabe. Si la humildad te da para admitir que no sabes, se te abren dos caminos… avanzar con todo el miedo y el riesgo o quedarte congelado sin hacer absolutamente nada.
A principios de este siglo como premio por concluir el diplomado de estrategia tecnológica en Berkeley, nos presentaron a la clase a un joven que expuso una innovadora idea. El joven entusiasta presentó la novedosa idea que había creado con su genial amigo en un círculo muy acotado, buscando inversionistas a un precio de mercado ínfimo para crecer su iniciativa.
Nuestro grupo se integraba, la mitad por directivos de empresas, característica que yo compartía, y la otra mitad por empresarios con negocios de varios millones de dólares de facturación anual. Los compañeros directivos nos quedamos impávidos sin la experiencia suficiente como para cuestionar o evaluar la idea. Sin embargo, los empresarios lanzaron todo tipo de cuestionamientos tales como el modelo de negocio, la fuente de ingresos, la utilidad, la rentabilidad y el riesgo asociado, entre muchos otros, sin lograr obtener respuesta alguna además de “aún no lo sabemos” o “no lo hemos definido”.
La sesión terminó con un silencio, mitad por desconocimiento y la otra mitad por crítica. El chico no capturó la atención de ni un solo inversionista y yo terminé sin saber que debía hacer, así que no hice nada. Mi justificación era sencilla: ¿qué decidir y hacer cuando uno de los principales iniciadores no tiene claro ni definido su propio modelo de negocio? ¿invertirías en algo tan indefinido e incierto?
Algunos años después, me llamó la atención ver todas las referencias de conocidos respecto a una iniciativa innovadora con un extraño modelo de negocio para captar usuarios sin ningún costo, una plataforma para compartir y votar fotografías: Facebook.
Imaginen mi sorpresa al ver lo mucho que había crecido la idea de aquel chico y su amigo y mi frustración al reflexionar que pude haber invertido oportunamente y no lo hice. Hasta ese momento descubrí que lo que había aprendido era conceptual, que no lo había aterrizado en experiencia y por lo tanto no lo comprendía, fue entonces que me concienticé del impacto que tenía en mi vida. Haber dejado pasar esa oportunidad detonó un enorme compromiso conmigo mismo en prepararme para poder reconocer y aprovechar las oportunidades. Prepararme significa para mí, no solo adquirir el conocimiento y la experiencia, sino también desarrollar mis capacidades y habilidades como empresario e inversionista.
Aprende uno más de sus errores que de sus aciertos. No me enorgullezco de esta experiencia pues no supe aprovecharla, pero me sirvió para saber que no sabía, reconocer mis limitaciones, formarme para tomar decisiones inteligentes y desarrollar mi intuición y audacia en situaciones inciertas asumiendo el riesgo correspondiente.
Ahora que sé lo que sé, me encantaría regresar el tiempo, pero no he sabido cómo. Lo que sí hago es mi tarea y aplico todo lo que he aprendido para las nuevas oportunidades.
Espero que a ustedes también les sirva para reconocerse a sí mismos y reconocer las verdaderas oportunidades cuando aparecen y desarrollar una mentalidad de tiburón.